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La limpieza que más cuesta.

Actualizado: 1 nov 2021








Despertarse, no tan pronto como una desea la noche anterior. Abrazar, sabiendo que poder hacerlo es una fortuna. Preparar café, que se ha convertido en mi ritual de amor favorito. Lavarse la cara, casi por inercia, casi sin elección.

Beber un vaso de agua, para limpiar el cuerpo, la mente y los sueños malos que tal vez no recuerdo. La higiene mental en tiempos de miedo es la mejor de las armas; puede que no sirva como ataque, pero sin duda es la mejor de las defensas.

Por eso limpia, —me digo—. Y no me refiero a los cristales altos, a tirar los tickets viejos o el bolígrafo que ya no pinta. Hablo de ser valientes. Y no, tampoco me refiero a tirar los discos que ya no escuchas o el vestido sexy en el que no entras. Hablo de meter el trapo hasta las tripas. De dejar de mirar las fotos donde lucías otra ropa y asomarte a la barriga y decidir, si haces las paces con ella o empiezas una guerra sin piedad.

Es el momento de sacudir el dolor, de levantar la alfombra; de entender que ya es hoy. Toca elegir qué cicatriz te sirve para nuevas batallas, si aquella con la que has aprendido y te recuerda la lucha, o la que tiene forma de excusa y te impiden avanzar. Sabrás diferenciarlas porque en las últimas, aunque duelan, no estás tan mal. ¡Cuidado! estas son las más peligrosas.

¡Quémalas!










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