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La felicidad es el camino.




Hoy hemos inaugurado la temporada “ducharse en los ríos”, y mientras me acercaba a la orilla pensaba como el verano ha venido de un día para otro y no lo ha marcado una fecha en el calendario, sino bajar de los 2.000 metros en la montaña a estar casi al nivel de mar. Aunque estamos un poco lejos de la brisa con salitre, aquí abajo ya hace calorcito y después del camino de hoy hemos aparecido al lado de un río, del que todavía no sé el nombre pero que nos ha visto bucear.

 

Cuando era pequeña, el verano lo marcaban las vacaciones del colegio pero sin embargo, las vacaciones las iniciaban el viaje a la playa.  La noche anterior de ese viaje hasta el mar dormía con nervio porque sabía que al día siguiente podía jugar con la arena mojada, enterrarme en la playa con mis padres, que mi ropa fuese un bañador y vivir en una casa nueva —no es que no me gustase la mía, pero amaba sentirme de otros lugares—, por eso cuando mi madre decía “vamos a casa” en lugar de “vamos al apartamento” deseaba que lo hubiese escuchado mucha gente para que pensasen que vivía allí. Era demasiado pequeña para darme cuenta entones que lo que piensa la gente no modifica la vida que tienes. Bueno, a veces nos cuesta recordarlo también de mayores, así que puedes leer esta frase otra vez, te la subrayo para que te resulte más fácil.

 

Pero volviendo al viaje en la playa, el día del trayecto mis padres madrugaban mucho para que nosotros nos durmiéramos en el coche y así no preguntáramos demasiadas veces cuánto tiempo quedaba. La felicidad, también la de mis padres, estaba en lo simple. Ese ratito al sol, el sorbo del granizado, pisar la arena, dar paseos por la orilla mientras el sol desaparecía y en un carrete de fotos que gastar.

 

Y yo no sé, si al final todos estamos de acuerdo en que estos momentos son los que nos hacen disfrutar, que para mí puede ser bañarme en el río y para ti sentarte a leer en el sofá, co mo lo hacemos tan poco, como necesitamos “vacaciones” para alcanzarlos. No sé cuando sucedió que ocupar el tiempo pasó a ser más importante que vivirlo, cuando cederlo a un tercero empezó a estar bien visto o cuándo empezamos a validar que no poder hacer lo que nos gusta por tener mucho trabajo es sinónimo de éxito. Sospecho que tiene que ver con eso que dicen, lo del error que supone colocar la felicidad como destino y no como camino, como si fuésemos nuestros propios padres obligándonos a vivir dormidos para no preguntar demasiado cuánto tiempo queda.

 

Feliz martes.

 

Te escribo desde la orilla del río Olt —ahora ya sé el nombre—, el sol se ha ido pero todavía es de día, estamos a 96 kilómetros de la frontera con Bulgaria.  2022.

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